La última foto que tenemos juntas es con toda la familia. Éramos muchos, más de 15. Con el tiempo nos multiplicamos y ahí estábamos, todos amontonados sonriendole a la cámara. Llevábamos la liviandad de quien es feliz con algo simple.
Ella es de esas personas que unen, que contagian risa. Siempre fue atolondrada y de hablar rápido, como yo y como toda la familia. Me gusta vernos parecidas. Si tuviera que definirla con una palabra sería fuerza. Con el superpoder del optimismo empujó muchas veces hacia adelante, y con sus manos grandes de tanto trabajar, lo sostuvo todo. No sé si la vida con ella ha sido justa pero lo que sí sé es que ella siempre le cantó valecuatro.
La última vez que la vi fue en uno de esos lugares que tienen un pedazo de mi infancia, donde ahora volvemos con las nuevas generaciones. Ese sábado en la quinta, donde nos tomamos la foto, hablamos de todo y de nada. Cuando llegué, me abrazó con fuerza y vehemencia, como si el mundo dependiera de ese gesto. Cuando me fui, nos saludamos liviano porque yo odio las despedidas.
Diez días más tarde tuvo tres derrames.
Ya pasaron cuatro meses.
La extraño más de lo que ella se imagina.
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